Waldo Acebo Meireles.
En un país como el nuestro: hiperbólico, kafkiano, surrealista, y no se cuántas cosas más, la frase del título no tiene en realidad nada de sorprendente, por otra parte les aseguramos que no fue pronunciada por ningún delegado de ‘kurtura’ de la provincia de Pinar del Río, famosa por otras genialidades, en este caso el honor, según mis mejores fuentes, corresponde a un municipio de Las Villas, Pero quién y dónde lo dijo es de menor importancia, lo importante es lo que implica.
¿Por qué no bailar, y mejor aún, gozar con la Sinfónica Nacional? Quizás podamos bailar con El Danzón de Aaron Copland, aunque lo veo un tanto difícil, o quizás, si somos bailarines entrenados en cualquiera de las excelsas escuelas de ballet provinciales, podríamos bailar la Séptima de Beethoven, es posible; y lo de gozar está clarinete: si nos gusta Copland o Beethoven pues gozaremos, o sufriremos, con la interpretación de la benemérita institución.
La cosa está en la hipérbole: todo un municipio, rural por cierto, gozando mientras baila con la Sinfónica, la cosa está en lo kafkiano: el delegado de marra recibió la orientación que más o menos diría “próximo viernes 23 recibirán la orquesta sinfónica nacional, prepara condiciones y no se te olvide la divulgación del evento” y ¡allá te va eso! él no sabe quién, ni cómo, pero viene y hay que actuar. Finalmente imaginémonos por un momento la bucólica población danzando alucinadamente en el parque a los compases de Mozart, o cualquier otro, Chagall se hubiese quedado patidifuso ante el espectáculo.
Pasemos a cosas más concretas. Cómo un pueblo perfectamente entrenado en desatar nudos kafkianos [que no son los gordianos] pero no en los intríngulis de la economía de mercado real, [que no es la de
merolicos y ‘cuentapropistas’ afines] asumirá las apremiantes demandas de la economía competitiva del mundo real. Qui lo sa.
Una población con el adiestramiento adhoc para interpretar un mundo surreal, donde nada es lo que parece ser, tendrá que enfrentar un mundo real, donde las cuentas hay que pagarlas, la educación es costosa pero ahí están los maestros, los libros, las aulas adecuadas, etc.; la medicina y el mantener la salud implica gastos considerables, pero hay medicinas, los MRI son caros pero están disponibles, así como las camas de los hospitales [incluso hasta con sabanas]. Terrible situación.
Y por último, un pequeño, empobrecido y bastante maltratado país acostumbrado a que las mejores playas, los mejores peloteros, las vacas más productivas, el mejor ron, la mejor azúcar, las mujeres más sabrosas, el cielo más azul, las mejores vacunas, los helados más exquisitos, y un infinito etcétera que incluye, entre otras menudencias, partidos inmortales, dirigentes omnisapientes -y al parecer, por suerte, ya no son inmortales- soluciones para todos los problemas mundiales y otras manifestaciones del ombliguismo nacional; y de pronto ese país descubre, ¡ojalá que lo descubra!, que en realidad nada era exactamente así, en realidad no era ni parecido.
¡Qué trauma! ¡Qué golpe a nuestro incongruente orgullo nacional! La desmesura, la hipérbole, la soberbia, la inmodestia constituida en patrimonio nacional, la infalibilidad papal en manos de cualquier funcionario de décima categoría. A esta nación traumatizada ya, por muchas razones, se le añadiría este nuevo desdén, este menoscabo a su ser.
Es para llorar, va a ser necesario verter directamente en los acueductos el antidepresante más barato que se encuentre en el mercado internacional, posiblemente producido en China, aunque el que produce la industria farmacéutica cubana es el más efectivo del mundo, pero las condiciones objetivas…
Debemos agradecer al vapuleado delegado que originó la anécdota su supina ignorancia, ya que de haber tenido el ligero barniz cultural que exhiben con orgullo muchos de dichos personajes, lo más probable es que hubiese comparado superlativamente la Sinfónica Nacional con la de Berlín, Londres o Boston, y ya eso hubiese sido demasiado.
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