¿Quién paga la salud y la educación en Cuba?

La salud y la educación la pagan los trabajadores cubanos. Desde los años 60 la plusvalía que se obtiene de su labor va a las arcas del Estado, el cual es el principal propietario de medios de producción en el país y único redistribuidor de esas riquezas.

El pacto social inicial de la revolución le restó importancia al salario, la mayor parte de lo distribuido llegaba por igual a todos los ciudadanos. Con independencia de cuanto ganaran, recibían salud y educación gratuita, además de alimentos, ropa y transporte fuertemente subvencionados.

Se instituyeron topes salariales, convirtiéndose en el país de América con menor diferencia de ingresos entre pobres y ricos. Incluso los privilegiados no recibían sus beneficios a través del salario sino de premios (automóviles) o de accesos (turismo, viajes o tiendas especiales).

Aun teniendo en cuenta la existencia de estos privilegios Cuba seguía estando a un nivel de igualdad ciudadana muy superior al de Latinoamérica. No existía la extrema pobreza mexicana y ninguna persona en la isla tenía una fortuna como la de Carlos Slim.

No hay salud y educación gratuita en ninguna parte del mundo. Lo que existe son diferentes formas de conseguir esos dos servicios, una es la del “sálvese quien pueda”, la otra es la de hacer un fondo común entre todos los ciudadanos para dar cobertura universal.

La Revolución Cubana optó por la segunda, dar acceso a todos los ciudadanos sin importar su nivel de ingreso ni su aporte al Estado. Los recursos no salieron del bolsillo de Fidel Castro pero fue su gobierno el que priorizó los gastos en esos sectores.

Fue una decisión estratégica, igual que otros Estados de la región priorizaron las obras públicas o las telecomunicaciones. En todos los países la ciudadanía aporta al fisco, pero son los políticos los que deciden qué hacer con esas contribuciones.

Normalmente cuando un país entra en crisis lo primero que se recorta es en los gastos sociales y son los presupuestos de la salud, la educación y la cultura los primeros en llevarse el tijeretazo para “equilibrar” las cuentas fiscales.

Llegué a Cuba en enero de 1990, junto con la mayor crisis económica de su historia revolucionaria. Me sorprendió que los “recortes de presupuesto” empezaran por las Fuerzas Armadas (FAR) sin que esto provocara ninguna reacción contraria de los militares.

Las FAR redujeron radicalmente el número de efectivos, se dejó de importar armamento, trabajaron en los campos para comer, aprendieron a hacer negocios con el fin de autofinanciarse y se les exigió además una estrategia de defensa efectiva en esas condiciones.

Mientras esto ocurría a los militares, las escuelas de ballet mantenían abiertas sus puertas y 800 niños de todo el país acudían a clases. Entre ellos un mulato de una humilde barriada habanera, Carlos Acosta, quien más tarde bailaría en los principales escenarios del mundo.

En plena crisis mis hijos estudiaron la escuela primaria, hicieron la secundaria y terminaron el preuniversitario sin comprar libros ni pagar matrícula. Ni siquiera me cobraron el transporte, la comida y el hospedaje de los 3 años que estuvieron becados.

Tal vez yo hubiera alcanzado a pagar esos costos pero seguramente no habría podido aquel albañil, cuya hija estudió en la misma aula que el mío, en la vocacional de ciencias exactas. Y yo prefiero que sea así, prefiero que todos los chicos tengan las mismas oportunidades.

Me crié en Uruguay, un país donde la educación y la salud eran gratuitos. Ya adulto viví una década en Suecia, una nación en la que los niños tienen aseguradas ambas cosas desde que nacen y el Estado ofrece becas para todos los estudiantes que las pidan.

Seguramente esas experiencias han moldeado mis opiniones al respecto y por eso no puedo evitar sentir que el “sálvese quien pueda” nos sitúa más cerca del hombre de las cavernas que del ser humano que nos gusta creer que somos.

Con los cambios económicos Cuba está obligada a encaminarse hacia un nuevo pacto social donde el salario tenga una mayor importancia. Ojalá se pueda realizar sin perder ese “fondo común” con el cual se financia la salud, la educación, los deporte y la cultura.

Estos avances sociales pueden parecer algo “natural”, pero no lo son. Si desaparece la voluntad política de priorizarlos en el presupuesto o si la economía nacional es incapaz de financiarlos, pueden evaporarse y junto a ellos se perderá la igualdad de oportunidades.

Tomado de: Blog cartasdesdecuba (autor Fernando Ravsberg)

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