Héctor Pérez
Además de todo el escenario natural que engalana a la ciudad más famosa del estado de la Florida, la riqueza cultural de esta metrópoli pseudo-caribeña le añade un toque único, difícil de conseguir en algún otro lugar de Estados Unidos.
El calor y el aire que se respira en la ciudad teletransportan, como si de una máquina del tiempo se tratase, a iberoamérica. Pero son los sabores culinarios, los colores de sus paredes y su gente lo que hacen a Miami la sucursal hispana más grande del mundo.
Desde una arepa venezolana, pasando por los finos sabores de una paella, y aterrizando en un suculento ceviche miles de platillos de esta naturaleza refrescan los paladares de los millones de habitantes y turistas que se encuentran a diario en las calles miamenses.
Ni siquiera los restaurantes de comida rápida escapan del mestizaje que ocurre en la ciudad. Recientemente, la cadena Subway lanzó un sandwich de «puerco» (cerdo) al estilo cubano, algo, muy difícil de ver en otras grandes urbe estadounidense.
Pero toda esta fusión gastronómica no vino sola. Esta mezcla esconde secretos, algunos desgarradores, que llegaron en el mismo bolso que las tradiciones.
Las historias de quienes llegaron a esta tierra buscando un futuro mejor, en muchos casos solo buscando escapar de regímenes dictatoriales, también adornan a la ciudad. Pasar por Little Havana o por Hialeah, y ahora por el Doral, es como leer un libro de historia que no tiene fin. En la mirada su gente se pueden ver las cicatrices de un pasado de opresión y pobreza en Cuba o las lágrimas de quienes dejaron en Venezuela todo lo que tenían, incluyendo seres queridos, por buscar un alivio, aunque como en todos lados, en Estados Unidos no todo es color de rosa.
Esta es la Miami que va más allá de las playas, fiestas y bares. La Miami profunda donde las culturas hispanas convergen y forman un solo gentilicio, el cuál hasta la fecha, sigue siendo diverso pero poco a poco va formando una mezcla bastante homogénea que persistirá en el tiempo.
Fuente: blastingnews.com
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