Los tambores de la guerra han comenzado a sonar, pero no es esa con Irán que le puede estar haciendo refocilarse a lo que Eisenhower llamó el ‘complejo militar-industrial’, sino la guerra comercial que Trump ha iniciado con China. Una guerra que, como todas las guerras, va a recaer sobre los hombros del pueblo.
Trump a partir de su realidad alternativa argumentó que los aranceles de importación más altos no representan un costo adicional para los consumidores y un lastre para la actividad económica general, como dicen los libros de texto de economía, pero según él son, de hecho, buenos para la economía. En Twitter, su medio preferido, escribió:
‘Estoy muy contento con más de $ 100 mil millones al año en aranceles que llenan las arcas de los Estados Unidos … ¡son geniales para los Estados Unidos, no para China!’
La primera reacción al inicio de esta guerra fue la caída estrepitosa del mercado de valores, como se sabe no hay animal más cobarde que el dinero, y los ignorantes inversionistas, a diferencia de Trump que se la sabe todas pero perdió más de mil millones a pesar de su increíbles habilidades financieras y algunas bancarrotas, se retiraron corriendo de la bolsa.
La caída fue estrepitosa, aunque el declive se venía produciendo desde que empezaron los rumores sobre la guerra arancelaria, y la recuperación va a ser lenta y temblorosa. Casi todos los economistas, incluidos algunos que trabajan para él, creen que los aranceles son costosos para la economía, y que los consumidores estadounidenses soportarán la carga del aumento de la tasa al veinticinco por ciento en miles de productos chinos importados.
Claro que los afectados serán los consumidores sobre los cuales a larga caerán esos incrementos, pero también los productores de artículos, bienes y alimentos, en particular los granjeros, verán reducir en sus bolsillos las ganancias del comercio con China que lógicamente va a responder con un equivalente incremento arancelario.
Según la teoría económica trumpista, el consumidor no va a ser afectado ya que no comprará esos productos de China sino de otros países o mejor aún los producidos nacionalmente. Este genial principio no va a funcionar, por poner un ejemplo, para la compra de iPhone XS que incrementará su costo en alrededor $160. El problema es que Apple ensambla prácticamente todos sus iPhones, iPads y otros productos en China, al igual que otras muchas compañías de EE. UU. Incluso si estas empresas siguieran los consejos de Trump e intentaran trasladar la producción a otros países, o a EE.UU., les llevaría meses o años hacerlo, si es que es económicamente factible.
Finalmente los chinos tienen en sus arcas un arma de destrucción masiva: los millares de millones de dólares en bonos del gobierno norteamericano. Si en un rapto de locura los lanzan al mercado el desastre va a ser universal, pero los primeros y principales perdedores van a ser los EE.UU. Confío en que Confucio no los confunda y no desaten la catástrofe que inició Trump.
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