Los grandes disparates económicos de Fidel Castro

“Me quito el nombre”, exclamaba Fidel Castro en 1970 cuando alguien tímidamente se atrevía a esbozar la posibilidad de que no se lograrían los 10 millones de toneladas de azúcar. No se lo quitó y los 10 millones no fueron.

El espejismo de aquella zafra se evaporó como la espuma del guarapo y en el 2005 apenas se alcanzaron un millón y medio de toneladas de azúcar, la producción más baja en un siglo. La nación pasó de la frase del hacendado José Manuel Casanova “sin azúcar no hay país” a la nueva aseveración de Castro: “El azúcar es la ruina de la economía cubana”.

Así ocurrió con todos sus proyectos económicos y sus visiones futuristas: de metas imposibles a catástrofes permanentes.

El viraje retórico de Fidel Castro era otra de las expresiones de su carácter autoritario y sus aspiraciones colosales. Creía que podía cambiar el mundo a su voluntad, y que si algo no cumplía sus deseos era necesario destruirlo. La combinación de su autoritarismo político y su voluntarismo económico es la explicación más gráfica de la dictadura que le impuso a Cuba. A ello se sumaba su concepción apocalíptica de la vida. Para él todo era una consigna necrológica: Libertad o Muerte; Patria o Muerte; Socialismo o Muerte. Todo debía terminar en la inmolación colectiva del pueblo.

A comienzos de la revolución, Castro aseguró que de no haber otros alimentos, la población comería malangas, hoy un producto casi en extinción en la vida nacional. Sus planes no tenían límite e iban desde la desecación de la Ciénaga de Zapata en 1959, con la idea de producir ahí todo el arroz que consumiría el país, hasta la construcción de una central termonuclear en Juraguá, que por suerte quedó suspendida después de la tragedia de Chernobyl, en 1986.

Los disparates del comandante incluyeron experimentos de nombres tan esotéricos como el gandul, la espirulina, los zapatos kikos plásticos, el café con chícharo, el tomate hidropónico, el plátano microjet, la hamburguesa de soya, la masa cárnica, la pasta de oca, el picadillo extendido, el yogurt de búfala, la morcilla de vaca viva, la tilapia, la vaca enana, el níquel de Moa, la planta de vidrio de Las Tunas,la textilera Celia Sánchez, el complejo lácteo de La Habana, el PPG, los pedraplenes, la zeolita, la Batalla de Ideas y la Operación Milagro. Sin olvidar la carretera de ocho vías cuya ruta Castro trazó con un plumón rojo sobre un mapa de la isla.

Todos esos proyectos resolverían los problemas nacionales y al final, como presumió en 1962, Cuba tendría “un nivel de vida superior al de los Estados Unidos”. Mientras tanto estableció la libreta de racionamiento.

En 1965, declarado “Año de la Agricultura”, Castro anunció que la leche se distribuiría libremente en el interior del país y que “la gran batalla de los huevos había sido ganada”. Pero con el tiempo, los huevos empezaron a desaparecer, porque esa producción se basaba en la importación de pienso para alimentar a las gallinas, que no pudieron seguir cumpliendo las promesas del gobernante.

Por esa época Castro afirmó que “las condiciones del clima y la tierra en Cuba eran superiores a las de Europa” y que “usando la técnica y la ciencia difícilmente pudiera haber un país en el mundo que compita con nosotros en producción agrícola”. Cuba podría producir –según sus cálculos– más leche que Holanda, más carne que Nueva Zelanda o Argentina, más arroz que China, más café que Brasil, más plátano que toda Centroamérica junta, más naranjas que la Florida, mejores pastas que Italia, helados Coppelia más sabrosos que los Howard Johnson, quesos de mayor calidad que los franceses y hasta fresas, uvas y vinos inigualables. En 1966 Castro prometió que en un año el huerto nacional daría espárragos: “Tendremos sopa de espárragos en lata por primera vez en la historia del país”.

Bajo el lema de “que el Cordón de La Habana sea un jardín”, afirmó en 1968 que la capital del país iba a “autoabastecerse de leche, queso, mantequilla, arroz, frutas, vegetales y viandas y que incluso produciría importantes excedentes para la exportación”. Esta fantasiosa historia había empezado con la adquisición de un veterano toro canadiense, naturalizado como Rosafé. Por esos días, Castro había leído Dinámica de los pastos, del científico francés André Voisin, y creyó descubrir la piedra filosofal de la ganadería: hacía falta una vaca biónica, capaz de resistir el clima tropical, producir leche y carne en grandes cantidades, y consumir lo menos posible. Así nació la idea de las F-1 de gen rojo, un cruce de vacas Holstein y Cebú.

Enseguida surgió el “Hipotálamo”, un experimento que consistía en enclaustrar a las vacas en naves especiales donde recibirían aire acondicionado en la cabeza y hasta música clásica indirecta para estimularles el sistema glandular y lograr una mayor producción de leche.

Pero no existía un Viagra vacuno y el pobre Rosafé rindió sus armas con honores, no sin antes dejar una herencia revolucionaria de 200 ámpulas de semen congelado.

A finales de 1967 los proyectos agropecuarios seguían siendo desbordantes para una isla de sólo 110 mil kilómetros cuadrados. Pero la geografía nunca fue un problema para sus iniciativas. Así ordenó la constitución de la brigada invasora Che Guevara, con la misión de arrasar decenas de miles de hectáreas de bosques para ganar espacios que se destinarían a la ganadería y la siembra de caña. Desde entonces las sequías en Cuba son más prolongadas y el clima es cada vez más impredecible.

Tras el fracaso de la zafra de 1970, Castro inauguró el primer edificio de viviendas construido por las microbrigadas, pero como nunca se produjo cemento suficiente y los recursos se fueron desviando para otros planes suyos, la ilusión también se desmoronó como las casitas del cuento de Los Tres Cochinitos. El déficit actual de viviendas en Cuba constituye uno de los más graves problemas sociales del país.

El 16 de enero de 1982 Fidel Castro se anotó un tanto. Ese día vio materializados por fin sus engendros ganaderos en los atributos mamarios de Ubre Blanca, una F-2 Holstein-Cebú. La vaca ingresó en el libro Guinnes con una producción de 109.5 litros de leche en tres ordeños, una “hazaña sin precedentes en los anales de la ganadería mundial”, según un informe no corroborado de la Unión de Periodistas de Cuba. Pronto Ubre Blanca rompió su propio récord al producir 24,268.9 litros de leche en 305 días de lactancia. Pero la responsabilidad de alimentar ella sola a los niños de Isla de Pinos reventó al famoso animal.

Ubre Blanca murió a los 13 años rodeada de elogios, fotos con el Comandante en Jefe y hasta de un obituario oficial en el periódico Granma. Fue disecada y colocada en una estructura de cristal en el Centro de Salud Animal a las afueras de La Habana y se le erigió una estatua de mármol en Isla de Pinos. Castro desafió a la ciencia y ordenó conservar algunos tejidos de la vaca para su clonación, olvidando que toda cadena evolutiva es, como demostró Darwin, un proceso en el tiempo y en las circunstancias, y no se puede violentar de una generación a otra.

La partida de Ubre Blanca no detuvo a Castro, quien en 1991 ideó un nuevo concepto ganadero: las vacas sin pienso. Los animales tuvieron que modificar sus gustos y comer caña enriquecida con torula. El final no podía ser otro. De los ocho millones de cabezas de ganado que tenía el país a inicios de la revolución, queda menos de la mitad.

A Castro no le bastó con el ganado vacuno y, tras algunos ensayos con las aves y los búfalos, en 1989 decidió importar dromedarios para la Guerra de Todo el Pueblo. De Australia llegaron los primeros 23 animales, a fin de procurar su adaptación para utilizarlos como vehículos en la defensa en las montañas de Cuba. Pero los rumiantes se enfermaron de las patas y las vías respiratorias. En el 2004 sólo quedaban tres de aquel grupo de vanguardia.

Finalmente arruinó la industria azucarera eliminando decenas de centrales, dejando desempleados a decenas de miles y llevando a una situación de extrema pobreza a decenas de las pequeñas y no tan pequeñas poblaciones que dependían económicamente de los centrales azucareros.

Y estos son solo algunos entre un abultado catálogo de desmanes. Lo inconcebible es que este hombre haya gobernado y destrozado el país a su antojo durante cinco décadas. De él no quedará nada. Ni siquiera lo que el viento se llevó.

Fuente: elnuevoherald.com / Miguel Cossio

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