Waldo Acebo Meireles
Por acá se dice que las McDonald’s le dieron inicio a lo que se le llama ‘fast food’ [comida rápida] a inicios de los años 40’ del siglo XX; es posible que así fuese en los EE.UU. pero en Cuba ya teníamos esa variante salvavidas por lo menos una década antes y eran las fritas.
La Habana, y hablo de ella porque es lo que conocí bien, estaba llena de ‘puestos de fritas’ esos pequeños, mínimos, establecimientos que desaparecieron, sin ningún sustituto viable, con lo que alguien tuvo la pretensión de llamar ‘ofensiva revolucionaria’ en 1968 y que de un plumazo eliminó, sillones de limpiabotas, vendedores de tamales, puestos de ostiones, vendedores de pirulíes y de melcochas, y un largo etcétera. La idea era realmente ofensiva y no sé si revolucionaria, su objetivo era acabar con la pequeña —increíble— burguesía que estaba patrocinando la contrarrevolución y el bandidismo en el Escambray, para reírse si no hubiese sido algo tan terrible.
El puesto de fritas era un pequeño estanquillo que no media más de dos metros y medio de ancho por menos de un metro de profundidad[1] y quizás poco más de dos metros de alto. Su nombre se derivaba de que su producto más solicitado era la frita, aunque en el mismo se vendía: pan con croqueta o papa rellena; pan con bistec o con tortilla; perros calientes y no recuerdo nada más.
La mayor parte de esos puestos de fritas tenían como nombre ‘La Caridad’, eran de color amarillo y rojo, casualmente los mismo colores que usa McDonald’s, y al parecer eran o propiedad o una especie de franquicia, no lo sé, de una empresa que radicaba en Luyanó, en las cercanías de la calzada al norte de esa barriada. En ese lugar no solo existían varios puestos de fritas listo para ponerlos en uso sino que además se confeccionaban o preparaban la materia prima: fritas; papas rellenas, croquetas; etcétera. Las fritas eran entregadas en forma de pequeñas bolitas de carne que el fritero aplastaba al freírlas para que adoptaran su forma final.
Los precios eran [en los años 50’] muy asequibles: la frita 7 ctvs.; pan con croqueta o con papa rellena 10 ctvs.; pan con bistec o con tortilla o perro caliente eran 15 ctvs. La frita así como los demás productos se servían con una buena cantidad de papas a la juliana y cebolla picadita en pequeños cuadritos. En el caso de la frita se utilizaba el llamado ‘pan de Toyo’. Lo que por acá conocemos como bun pero sin las semillitas de ajonjolí en su tapa, y esa tapa era untada por su parte interior con pasta de tomate, que no era kétchup. Y para entregársela al cliente se la envolvía en una tira de un papel que en Cuba le decíamos ‘papel de China’ que protegía los dedos del comensal de la grasa y servía al final como servilleta.
El fritero era un trabajador a tiempo completo con un largo, muy largo over time, generalmente abría su puesto de trabajo a media mañana y podía extender su jornada hasta cerca de la medianoche y en algunos sitios, en que la concurrencia así lo aconsejaba, pasada la misma. Trabajaba solo en el puesto pero necesariamente tenía que utilizar la ayuda familiar para pelar decenas y decenas de papas y cortarlas finamente, ya que llegaba al puesto ya con ellas listas para ser fritas; igual pasaba con la cebolla, que no se freían eran utilizadas crudas. Era un trabajador incansable, cocinero, camarero, cajero, y en ocasiones contador de chistes y chismes, además tenía que mantener el tanque de kerosene que alimentaba el fogón con la presión de aire necesaria utilizando una bomba de aire de las que se usaban para inflar las gomas de las bicicletas. Sin lugar a dudas que no formaba parte de la pequeña burguesía.
Por acá he probado varias fritas de distintos establecimiento, pero en honor a la verdad no me saben igual que aquellas que solo valían 7 ctvs., seguramente que mis papilas han envejecidos junto conmigo. Pero así y todo las prefiero a las McDonald’s.
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