Waldo Acebo Meireles
Suerte de los cubanos, ahora tenemos dos ‘Gran Piedra’, la natural, la de origen misterioso, desconocido, la que tiene 51 metros de largo, 25 de alto y 30 de ancho, con un peso estimado de 63 mil toneladas y que se encuentra en la cima de una montaña a mil 225 metros por encima del nivel del mar.
La otra, que la intenta copiar, pero que no quedó más remedio que hacerla en proporciones más modestas, aunque quizás no fue esa la intención, con un origen también misterioso y rodeado de secretos, acorde con el secretismo habitual del autoritarismo que la concibió y ejecutó.
La primera, la natural y admirada durante cientos de años por los que hemos tenido el placer de disfrutarla en su entorno maravilloso, seguirá ahí por los milenios que le esperan, la segunda, la artificial, la espuria, durará mucho menos, pero por ello no dejará de pesar también miles de toneladas en nuestra historia innatural.
Qué podemos esperar con el correr de los años, miles irán al os pies de la fraudulenta y rendirán tributo a quien destruyó económica, política y socialmente a nuestro país, la obligatoria guardia militar evitará profanaciones y prohibirá gestos indecorosos o rencorosos, pero los años irán pasando y algún emulo del ‘Sexto’, aprovechando algún pasajero descuido pintará sobre ella un graffiti vengativo.
Llegará el día en que alguien proponga destruir la piedra y esparcir las cenizas en algún albañal, ese día llegará, pero no será necesario, ya para ese entonces, la piedra habrá sido carcomida por el tiempo y las memorias habrán sido obliteradas por la historia que no decretara ninguna absolución.
Sin embargo lo mejor de todo será cuando el siempre incólume choteo cubano le siga llamando la ‘Gran Piedra’ a la que permanecerá por eones y eones, y a la otra, la minúscula, le llamaran simplemente: ‘el seboruco’.
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