En espera del Homo cubanus

Waldo Acebo Meireles

El que la novela distópica 1984 de George Orwell se convirtiese en Cuba en el segundo libro más vendido el año pasado —la que obtuvo el primer lugar no vale la pena mencionarla— es sin duda noticia de interés, se necesitaron más de 65 años para que el ávido lector cubano pudiese comentar en los corrillos semi-subersivos las similitudes de la sociedad orwelliana con la pedestre realidad que se sufre en la isla.

De signo contrario fue aquella pésima edición del El Padrino de Mario Puzo que en los años 70’ fue muy admirada dentro de sectores gubernamentales que vieron de cierta forma en Don Corleone un paradigma a seguir, era pasada de manos en manos, comentada a sotto voce con risitas malsanas y de vez en cuando algún dirigentazo usaba alguna de las frases lapidarias del personaje principal.

Esperemos que no pasen otros 65 o más años para que el cubano pueda leer El fin del Homo sovieticus un libro de entrevistas pacientemente recopiladas por la periodista ucraniana Svetlana Aleksiévich a lo largo de varios años, en diferentes lugares de la desaparecida URSS, y con diferentes sectores, grupo generacional, simpatías u odio hacia el régimen soviético.

Las confesiones de los entrevistados en ocasiones son tan espeluznantes y terribles que uno tiene que dejar en descanso la lectura por unos instantes para tratar de asimilar tan alto nivel de villanía e incuria, sadismo y barbarie que sufrieron los pueblos que integraron esa nefasta creación que fue la Unión Soviética.

Entre tantas entrevistas me quedaron fijas en la memoria las confesiones que un condecorado General de la NKVD le hace a su yerno [que este relata horrorizado a la
periodista] en medio de una borrachera en una lujosa dacha moscovita. Este respetado General era uno de los verdugos que en los sótanos de la Lubyanka ejecutaron miles y explica con total frialdad como terminaba su día de trabajo agotado y embarrado de pie a cabeza en sangre y como se le adormecía el brazo y se le acalambraba el dedo con que apretaba el gatillo, hasta que descubrió que necesitaba recibir masajes por lo menos tres veces a la semana para estar competente en el desempeño de su honroso trabajo.

Terribles también resultan las entrevistas a decenas de ingenieros, doctores y catedráticos que quedaron desplazados por la llegada de la economía de mercado después de la debacle de la URSS, así como los sufrimientos de los retirados con pensiones que no alcanzan ni para una comida.

Las descripciones de las matanzas entre rusos, azeríes y armenios en Bakú son espeluznantes, al igual que las ocurridas en Chechenia, el odio velado durante decenios entre los representes de esos pueblos ‘hermanos’ estalla con una violencia terrible al verse liberados del yugo soviético.

Una constante en las entrevistas con las personas que vivieron en la época soviética es la nostalgia y el recuerdo cariñoso de ese monstruo que fue Stalin, muchos añoran esa etapa de controladas escaseces en comparación con la imposibilidad de adquirir esos embutidos tan variados y caros en los supermercados actuales.

A lo largo del libro aflora a menudo el criterio de que los rusos necesitan un Stalin, un zar, o… un Putin. Y los jóvenes, ya no tan jóvenes, que participaron en la acciones de 1991 en defensa de Gorbachov y de la perestroika hoy sienten que fueron engañados y que lo logrado no fue un ‘socialismo humano’, ni una democracia, sino una sociedad que los aplasta y lo han llevado a la miseria. Por otra parte muchos opinan que Rusia ha pasado a ser una nación de segunda algo que los abochorna y los hace apenarse de la situación actual que comparan con el poderío de la fenecida URSS.

Mientras uno va leyendo ese libro aterrador uno va pensando en Cuba y en los cubanos, en las similitudes y las diferencias entre nuestro pueblo y el soviético, las diferencias son esperanzadoras pero las similitudes con el quehacer y el destino de los cubanos nos angustian. ¿Algún día habrá quien escriba un libro con el título de El fin del ‘Homo cubanus’?

Acerca del autor

Waldo Acebo Meireles
(La Habana, 23 de noviembre de 1943 - Hialeah, 23 de abril de 2022). Profesor de Historia, recibió la Orden Félix Varela por sus aportes a la enseñanza de la Historia de Cuba al introducir en la misma la enseñanza de la Historia Local. Es autor del manual para los maestros y profesores de las vías de vinculación de las historias locales a la enseñanza de la historia nacional. Contribuyó a la redacción de los textos de Historia para la enseñanza media. Como asesor del Instituto de Geodesia y Cartografía redactó el Atlas de Historia Antigua y Medieval. Autor de la Historia del Municipio de Arroyo Naranjo. Presidió la Comisión de Historia de la Provincia Habana. Fungió como vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cuba. Como profesor invitado del Instituto Pedagógico para América Latina impartió cursos de post-grado y maestría. Hasta su fallecimiento trabajó en la investigación de la historia de Hialeah donde residió desde su llegada a los EE.UU.

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