Waldo Acebo Meireles.
Creo que debo empezar por una declaración de principios: No creo que los cubanos estén condicionados genéticamente para el diálogo. El mal es de raíz, no tiene arreglo, mi pesimismo al respecto es definitivo y no estoy dispuesto a cambiar de idea, así que pueden decir lo que les de la gana pero si no están de acuerdo conmigo son unos ignorantes, o tienen alguna falla cerebral, o están buscándose un problema.
Quien se haya leído las actas de las patrióticas asambleas de Guaimaro, Jimaguayú, La Yaya y similares me entenderán de inmediato, los que no las conozcan no tiene nada que discutir conmigo. La exaltación, la bravuconería, el disparate convertido en pronunciamiento político se mantuvo en la Asamblea del Cerro y en su continuación buscando la definición de la constitución republicana. Máximo Gómez, el mismo incapaz del diálogo, fue víctima transitoria de las patrióticas y exaltadas demandas.
Las fórmulas parlamentarias en el suelo criollo no florecen, podemos producir grandes oradores, pero somos incapaces de crear figuras políticas que manejen las sutilezas del diálogo político. El escarnio, el sopapo, el gaznatón, o la amenaza del mismo, están entre nuestros más usados instrumentos en el arsenal parlamentario criollo, sin olvidar la pistola sacada de vez en cuando, o el ¡te espero afuera!
Adonde más llegamos es al ‘tira y encoge’ en caso del reparto de alguna prebenda de menor cuantía, pero si el botín es más sustancioso pues ni eso. Nuestra convulsa vida republicana lo demuestra, los pocos ejemplos contrarios solo confirman lo dicho.
Terminada la república, se terminó cualquier disfraz que escondiese el alma real del cubano ahora ni caray de diálogo, llegó la apoteosis del monólogo, la consagración del discu-rso sin discu-sión, la tesis sin antitesis y sin hipótesis, la palabra sagrada, la infalibilidad papal sin la curia, la acusación sin defensa, el ataque sin respuesta. Llegamos al estado natural del ser cubano, el ser perfecto, el ser capaz de comprender los más complejos problemas con nada más ser mencionados.
El florecimiento de la arrogancia ilimitada e incontrolada se hizo consustancial con el diario pergeñar del cubano, ya estábamos en nuestro caldo, en el nos salcochamos.
Cualquier funcionario de décimo tercera categoría, se considera omnipotente y omnisapiente, su opinión no discutida es aceptada por los que quedan en el escalón inferior y el resto de la humanidad y así ocurre de escalón en escalón sea hacia arriba o hacia abajo. Aunque en ocasiones ocurre que memos departamentales echan abajo circulares ministeriales y estas a su vez modifican o invalidan leyes vigentes.
La trompetilla, órgano civil de la discrepancia, quedó abolida de inmediato, por grosera imitación de una flatulencia de carácter contrarrevolucionario; la misma discrepancia desapareció de plano, ya nadie discrepa, la unanimidad es imprescindible y el más ligero desliz puede ocasionar que te tilden de gusano, lo cual lo podemos considerar como un insulto, pero peor aún de agente del enemigo, o anexionista, y ya eso no es un insulto sino una amenaza con posibles y rápidas consecuencias, por cierto bastante desagradables.
¿Nunca han visto los hermosos monólogos que se producen en la Asamblea Nacional? ¿No se han percatado de la unanimidad de los ‘acuerdos’ que se toman? ¿Qué más quieren? Es por ello que me sonrío cuando alguien de por acá, e incluso de por allá, sin lugar a dudas con las mejores intenciones, hablan del diálogo, de qué diablos hablan. No se.
Pero no piensen que por acá la cosas andan de otra manera, los cubanos son cubanos en donde quiera que estén, lo que de signo contrario, o más o menos contrario, que nada es absoluto, salvo mi opinión. Intenta discrepar con los próceres de por acá, y los no tan próceres, y la andanada que te espera es violenta lo menos que te toca es la de ser agente castrista o cripto-comunista. McCarthy se debe revolcar de alegría en su cripta.
Los años que han vivido por estas tierras los cubanos, disfrutando aunque sea de lejos del diálogo democrático, civilizado y constructivo, de nada ha servido. Siguen siendo cubanos y a mucha honra.
¡Y el que no esté de acuerdo es un tarado mental!
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