Mario J., Pentón
Una mole gris se levanta en el horizonte de la bahía de Cienfuegos. La inmensa cúpula del reactor nuclear de Juraguá, surcada por el óxido y el abandono, destaca como el mayor de los sepulcros de un período voluntarista y de construcciones gigantescas que Fidel Castro impulsó por todo el territorio nacional a imitación de la Unión Soviética. A la larga, la mayoría de estos proyectos fueron abandonados o fracasaron, pero el costo en vidas y recursos jamás ha sido suficientemente reconocido, coinciden distintos especialistas.
«Estas obras gigantescas eran necesarias para alimentar el ego de una persona a quien la Isla le quedaba pequeña. Todo debía ser hecho a imagen y semejanza de su creador. Él se percibía grande y las cosas debían estar a su estatura», opina el académico Sebastián Arcos, del Centro de investigaciones cubanas de la Universidad Internacional de Florida (FIU).
El ejemplo más emblemático de estas obras faraónicas inacabadas es la central nuclear de Juraguá, bautizada por el Gobierno como «la obra del siglo».Tras la firma de un acuerdo con la URSS en 1976, los trabajos empezaron en la década de los ochenta y la construcción de su reactor costó 1.100 millones de dólares. Miles de personas, de toda Cuba, fueron movilizadas. La Ciudad Nuclear se ha convertido hoy en un sitio casi fantasmagórico, lleno de escombros y suciedad, con un considerable impacto negativo para su entorno.
Estudios independientes calculan que su funcionamiento habría podido ser letal por los niveles de radiación de plantas similares. Muchos dicen que era del mismo modelo que la planta de Chernobyl, aunque los dos reactores obedecían a un diseño de segunda generación que no tenían los que se dañaron en la URSS. Las obras, que see detuvieron cuando llevaban más de un 50% de avance, nunca fueron terminadas, aun cuando tras el colapso de la URSS se ofreció a otros países concluirlas. Hoy son pasto de los «picapiedras», personas que desmantelan kilómetros completos de estructuras para sustraer las cabillas y otros elementos constructivos para venderlos en el mercado negro.
Otro ejemplo es el Cordón de La Habana. «A Castro le dio por pensar que porque sembráramos cafetos en los alrededores de la ciudad podríamos exportar más café que Brasil», señala Arcos.
El Cordón fue una obra que volcó a estudiantes, profesores y trabajadores a largas jornadas de trabajo voluntario. En 1968, durante la «ofensiva revolucionaria», se quiso resembrar las expropiadas fincas que desde los tiempos coloniales abastecían a la urbe. La orden era plantar café y gandules. Se trataba de crear un jardín que hiciera desaparecer la escasez del producto y proveyera de alimentos a la ciudad. El resultado fue la agudización de las penurias para conseguir frutas, viandas y hortalizas y un estrepitoso fracaso que nunca devolvió el café a las cafeteras criollas.
A pesar de podría ser autosuficiente, según el economista Carmelo Mesa Lago, en 2012, Cuba importó alimentos por valor de 1.600 millones de dólares, una cifra que alcanzó los 1.800 millones en 2013.
Jorge Salazar Carrillo, profesor de Economía y director del Centro de Investigaciones Económicas en la FIU, cree que uno de los principales fiascos de los primeros años del castrismo fue la Ley de Reforma Urbana.
«Entre 1959 y 1960 comenzaron aplicando descuentos de hasta un 50% en los alquileres de las ciudades y luego eliminando incluso la posibilidad de tener más de una propiedad. El resultado de esa medida fue que se paralizó prácticamente la construcción en toda Cuba. Hasta ese momento, la Isla vivía un boom constructivo que nunca más conoció», señala el profesor, que trabajó en el primer Gobierno revolucionario.
El problema de la vivienda en la Isla es crítico. En 2012, el censo de población realizado por el Gobierno arrojó que existían unos 3.882.000 hogares, para una población de alrededor de 11 millones de habitantes. Las condiciones habitacionales son malas en más de un 40% de los inmuebles, según datos oficiales, muchos de ellos construidos antes de la Revolución. Las autoridades han reconocido que se necesitaría construir al menos un millón de casas nuevas para solucionar esta situación, por lo cual diversas familias deben compartir espacios reducidos o reformar antiguas casas para convertirlas en viviendas multifamiliares, con el consabido deterioro arquitectónico y los problemas de hacinamiento.
«Algo elemental es que las personas no tienen estímulo para construir ni para restaurar las casas. Hay una parte de la población que no tiene la posibilidad económica y otra que ni siquiera tienen títulos de propiedad, porque les dieron los inmuebles en usufructo», explica el académico. «A la larga, en vez de solucionar un problema, lo que sucedió fue que se creó uno más grande», añade Salazar Carrillo.
La génesis de las obras gigantescas de Castro hay que buscarla en la desecación de la Ciénaga de Zapata. El proyecto se planteó con la llegada de los rebeldes al poder. El mayor humedal del Caribe, con una extensión de unas 300.000 hectáreas, por voluntad expresa del Máximo Líder debía ser convertido en productivos campos de arroz.
En 1961, Castro dijo: «Hay un plan de desecación de 5.000 caballerías. Es un proyecto que ya se comenzó a ejecutar». Sin embargo, jamás llegó a concluir. La pobreza de los suelos para el cultivo, así como el daño irreparable del ecosistema y el costo elevadísimo en recursos, hicieron que los dirigentes abandonaran la idea.
La reforma agraria, que le otorgaría tierras a cada campesino y convertiría a Cuba en el mayor vergel de América elevando la producción de azúcar a niveles históricos, fue otro de los estrepitosos fracasos.
El investigador Francisco José Díaz-Pou, que colabora con Caribbean Basin Research Institute, explica que en las zafras azucareras de los años 50 el país producía más de seis millones de toneladas de azúcar, aunque había más capacidad de instalada y más caña por moler.
Con la expropiación de los centrales azucareros y la apropiación por parte del Estado de la mayoría de las tierras, la producción decreció y comenzó el racionamiento. En 1970, Fidel Castro anunció uno de los proyectos más desastrosos que dejó su mandato: la épica zafra de los 10 millones.
«Fidel Castro lo hizo por su ego, para hacer la zafra más grande que había tenido Cuba», explica Díaz-Pou. Todas las fuerzas productivas fueron movilizadas para conseguir el logro de ese objetivo. En un país de corte socialista, hasta la cultura servía a intereses propagandísticos. Una agrupación decidió tomar el nombre de la consigna que por entonces estaba en boga, «de que van, van», y así surgieron los Van Van.
«Fue un desastre. A partir de entonces nunca se alcanzaron las cifras de producción anteriores. Acabó con las instalaciones industriales al someterlas a esa presión. En cuanto al rendimiento agrícola fue mermando también y nunca más se ha recuperado», agrega.
De ocho millones de toneladas de azúcar, Cuba en los últimos años ha pasado a producir apenas 1,3 millones, cifras similares a las producciones de inicios del siglo XX.
A finales de los sesenta, Fidel Castro se concentró en la ganadería. Según el autoproclamado «Ganadero en Jefe», Cuba produciría más leche que Suiza. «Para llegar a este plan gigantesco necesitamos tener por lo menos 5 millones de vacas de cría y un millón y medio de las de leche. Nuestra tierra da para eso. Todavía vemos infinidad de pedazos de terreno llenos de manigua, marabú, mal cultivados por dondequiera», decía el entonces mandatario.
El delirio vacuno de la Revolución llegó a su clímax cuando la vaca Ubre Blanca produjo 109,5 litros de leche en tres ordeños en 1982, entrando en el libro libro Guinness de los récords. La rumiante, que era tratada con honores, falleció prematuramente. Le fue erigida hasta una estatua de mármol en la Isla de la Juventud. Los sueños de autoabastecerse de leche se fueron con ella.
En 2007, Raúl Castro, sucesor de su hermano en el poder, decía: «Hay que producir leche para que se la pueda tomar todo el que quiera». En Cuba, este producto, como la mayoría de los de la canasta básica, se encuentra racionado. Los niños pueden recibir leche hasta los siete años y el privilegio se extiende a unos pocos adultos por motivo de enfermedad.
El listado de proyectos gigantescos e igualmente ineficaces no paró de crecer ni siquiera con el fin del subsidio soviético que Mesa Lago cifra en 65.000 millones de dólares en 30 años. La Batalla de Ideas, con sus cientos de miles de graduados universitarios, miles de maestros emergentes, instructores de arte, profesores integrales; las marchas del pueblo combatiente y las tribunas abiertas, sustituyeron a proyectos económicos en tiempos de crisis.
En el ocaso de su vida Castro estaba empeñado en el último de sus grandes proyectos: producir a escala industrial la moringa, un árbol milagroso del que dijo, era «fuente inagotable de carne, huevo y leche». Tenía planes para crear fincas en toda la Isla dedicados a su cultivo, pero la muerte se lo impidió.
Fuente: 14ymedio
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