Roland J. Behar
Por el mar nos podemos ir, pero no regresar. La discriminación es el tratamiento o la intención de hacer una distinción a favor o en contra de una persona o personas en función del grupo, clase o categoría a la que la persona o personas pertenecen sin tener en consideración méritos o deméritos individuales o colectivos del objeto de dicha discriminación.
Sobra enumerar cuánto aporte positivo la comunidad cubanoamericana, de Estados Unidos, que sobrepasa al millón de personas, ha hecho en renglones de la vida norteamericana en tiempo récord. Hemos sido capaces de elegir cuatro senadores y nueve representantes federales. Muchos cubanoamericanos han ocupado posiciones cimeras en ambos partidos y en los gobiernos, tanto federal como estatal. En las áreas del arte, cultura, deportes, ciencia y negocios hemos brillado. ¡Todo esto en apenas 55 años!
Pese a ello (¿o por ello?), sobre los otros ha influido, con toda fuerza la campaña propagandística de la tiranía, calificándonos como lo peor: La Mafia de Miami. Será por ello que quienes deberían ser nuestros aliados, en el peor de los casos, nos atacan y en el mejor, son indiferentes a nuestros problemas.
El Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964 establece que es ilegal discriminar a alguien basándose en su raza, color, religión, origen nacional o preferencia sexual. La ley también establece que es ilegal tomar represalias contra una persona porque la persona se quejó de discriminación, presentó una demanda por discriminación, o participó en una investigación sobre discriminación contra su empleador o estableció una demanda contra el mismo. La ley también exige que los empleadores permitan a sus empleados practicar su religión razonablemente, que realicen prácticas religiosas en las cuales sinceramente crean, salvo que esas medidas supongan una carga excesiva sobre el funcionamiento del negocio del empleador. Es la ley del país y aplica a todos. Al parecer, la compañía Carnival Cruise la está violando impunemente. Como judío y como cubano, conozco la discriminación.
Carnival Cruise Line ha anunciado su primer crucero a Cuba, mi lugar natal, este primero de mayo. Todos los norteamericanos, excepto los nacidos en la isla, son recibidos a bordo. La línea de cruceros se encarga de hacer cumplir las prácticas discriminatorias del gobierno cubano contra sus propios nacionales, aun siendo estos ciudadanos americanos. Este caso es similar al ocurrido en el 2014 cuando el gobierno de Túnez se negó a permitir a ciudadanos israelíes desembarcar en sus puertos. La indignación, la denuncia y las protestas no se hicieron esperar. Norwegian Cruise Lines canceló sus itinerarios a Túnez debido a estas prácticas discriminatorias contra un grupo de personas basada exclusivamente en su lugar de nacimiento impuestas por el gobierno tunecino.
Como entonces, ahora se han levantado voces de protesta, sobre todo en la comunidad cubanoamericana del sur de la Florida, pero como casi siempre, esta vez también hemos estado solos.
Es interesante cuando las ofensas o la discriminación ocurre contra otros grupos: las tronantes respuestas de las organizaciones nacionales e internacionales que tan buena labor desarrollan en el campo de la lucha por el respeto de los derechos humanos y civiles, no se hacen esperar. ¡Bienvenidos sean!, se enfurecen clamando justicia, a veces incluso exagerando el tono y la magnitud de la ofensa. Lamentablemente, para los cubanoamericanos no es así. Parece que los derechos de los cubanoamericanos don’t matter. Los medios de prensa no se han rasgado las vestiduras. Junto a nosotros no hemos sentido el calor solidario de nuestros hermanos norteamericanos. ¿Será que no lo merecemos pese a haber mostrado nuestra solidaridad con ellos en todo momento?
Por otra parte, los defensores del engagement entre los pueblos y el gobierno de los Estados Unidos y los de Cuba, los del empoderamiento del pueblo cubano (palabra de moda) guardan silencio. Parece como si no estuvieran hablando de ellos mismos y sus familiares. Todo sea por la convivencia.
Los viajes de los cubanos y norteamericanos a Cuba bajo el gobierno de la junta militar cubana siempre han desatado controversia. Ni estoy ni he estado nunca en contra de que mis compatriotas viajen a su país, incluso lo hice en 1998. Nunca me he opuesto al intercambio entre cubanos, ¡por el contrario! Creo que una tía retirada de Hialeah con panties nuevos y exceso de inventario de papel sanitario se convierte de facto en un agente subversivo. Y que un joven extranjero intercambiando experiencias y comparando calidad de vida (aun los más humildes) con sus congéneres cubanos, es una bomba de tiempo. No iría en el crucero, me parece una estafa. Pero como cubano debo tener el derecho de regresar a mi país cuando me plazca y por la vía que prefiera.
Como ciudadano del mundo, el de no ser discriminado. ¿A Ud no le parece? A mí, sí.
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