Waldo Acebo Meireles
Politólogos, cubanólogos y demás analistas, incluyendo aquellos que sin ser tales opinamos en este y otros sitios, y medios de prensa, deberíamos echarle una mirada a lo ocurrido el lunes 27 de febrero en La Habana y como actuó el régimen.
Nos referimos a la fracasada/ganada huelga de los ‘boteros’ que algunos llamaron ‘Cero carros’. Sin un centro de dirección reconocido, sin un liderazgo establecido, usando los medios que tanto resultado dieron en la ‘Primavera árabe’ como son los mensajes de textos, el uso de los celulares, y los llamados de boca en boca; se convocó a que los ‘boteros’ no saliesen ese lunes a trabajar, a ganarse su pitanza diaria.
Lo primero a considerar es que no todos, ni tan siquiera una mayoría, respondió al llamado, unos alegaron no haberse enterado, otros decidieron esperar a ver que iba a pasar y cuando se percataron de lo que en la realidad ocurría pues se sumaron a los que salieron a ‘botear’. Desde este punto de vista la huelga fracasó sin remedio.
Pero las cosas no son exactamente así, en blanco y negro, la huelga fue un sonado éxito ya que llevó a que el régimen, sintiéndose amenazado, reuniese todos los recursos a sus disposición para contrarrestar a los insurgentes y mal nacidos ‘boteros’.
Lo que pudo ser una broma, una añagaza, un ardid sin muchas pretensiones llevó a una respuesta magnificada que dejó al desnudo los temores del régimen, hizo evidente a la población sorprendida que algo no muy normal y habitual estaba pasando, y de rechazo ese día viajaron más rápido, felices y económicamente que lo habitual, incluso muchos se maravillaron de ver ómnibus totalmente nuevos y se preguntaron de dónde habían salido.
Cuáles pueden ser las moralejas de este éxito/fracaso: Primero, movilizar, por lo menos a los habaneros, para cualquier acción de protesta en contra del régimen o, en un plano más pragmático, de alguna medida que afecte a la población, o a un sector de la misma, es, si no imposible, bastante difícil. Segundo, el régimen está dispuesto a lanzarse con todos sus medios, sean coactivos o, como en este caso, casi totalmente pacíficos, a impedir cualquier acto que ponga en duda —ni tan siquiera en riesgo— su control y su poder sobre el país y su ciudadanía.
Lastimosamente esto nos deja con serias dudas sobre las posibilidades reales de los diferentes grupos disidentes y sus viabilidades o habilidades movilizativas que no creo que superen a los cientos de boteros armados de sus flamantes celulares y vetustos ‘almendrones’.
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