Joe Biden terminó su primer año en el cargo con el porcentaje de aprobación más bajo que ningún otro presidente norteamericano desde Harry S. Truman con la única excepción de Donald Trump que alcanzó un 39.5% a los 365 días de su presidencia, mientras que Biden tiene 42.0%[i]. Para un presidente estadounidense del que se esperaba competencia y normalidad, que obtuvo el mayor número de votos que ningún otro, esta situación es punto menos que decepcionante.
Su agenda está estancada en el Capitolio, obstaculizada hasta por miembros de su propio partido; el virus está fuera de control; la inflación está en un nivel máximo en casi 40 años, con el consiguiente incremento del precio de la canasta básica; el aumento del precio de la gasolina regular de $2.39 en enero del 2021 a $3.39 actualmente; los problemas de desabastecimiento de determinados productos y la caída de la producción en varios sectores económicos, junto con los embotellamiento de mercancías en los puertos son situaciones que no contribuyen a generar aprobación por el actual gobierno, a ello debemos agregar un factor un tanto subjetivo, pero de hecho no mucho, y es la imagen de un presidente agotado, otoñal, falto de ánimo y que tiende a cometer pifias con obstinada frecuencia.
En la esfera internacional el primer, e inexplicable e inaceptable, descalabro se produjo con la caótica retirada de Estados Unidos de Afganistán, durante la cual 13 soldados murieron en un atentado suicida en el aeropuerto de Kabul lo cual golpeó de forma duradera la imagen de experiencia y aptitud del presidente. En Europa no se ha recuperado totalmente la confianza de nuestros aliados después del daño a la misma generado por la anterior administración y las conversaciones diplomáticas, hasta ahora, no han logrado sacar a Rusia del borde de la guerra con Ucrania.
Qué decir de una política zigzagueante para enfrentar los problemas de una inmigración descontrolada y con ello, de cierta forma, esa inestabilidad en las posiciones adoptadas contribuye a su incremento, sin una solución a la vista, ya que el problema real está en los países de los cuales huye una población sin esperanzas salvo el lejano y espinoso camino para alcanzar el ‘sueño americano’.
Ha perdido apoyo entre los votantes jóvenes por la inacción sobre el cambio climático, la atención médica y la condonación de la deuda estudiantil. Los votantes hispanos han perdido la confianza en el manejo de la pandemia y la economía y el apoyo ha disminuido entre los votantes negros, que fueron muy importantes para su victoria, pero se han desencantado por la falta de progreso en cuanto los derechos al voto y la reforma policial.
La nación continúa muy dividida y mientras el partido Republicano perpetúa la mentira de que Donald Trump ganó las elecciones de 2020, además la gente está fatigada, estresada, por el impacto de la pandemia, en cómo viven, trabajan y se recrean, si es que pueden hacerlo.
Pudiéramos encontrar explicaciones a este intrincado, aunque incompleto catálogo de problemas que han generado el descontento con la administración actual, lo que augura que después de las elecciones de noviembre las cosas van a ir aún peor, quizás a lo único que no le encontremos explicación es a la chapucería con la que se efectuó la retirada de Afganistán, que si bien fue Trump el que firmó los acuerdos de retirada él no fue quién organizó la debacle de su ejecución. Tampoco tiene una explicación las incoherencias en el tema inmigratorio.
La inflación ha sido la consecuencia inevitable de los billones que se han repartido generosamente desde la administración anterior, cada dólar entregado sin una contrapartida productiva es un elemento más para el incremento de la inflación y francamente no le podemos colgar a Biden toda la culpa por esto. El precio de la gasolina se ha visto afectado por varios factores, entre ellos el precio del crudo en el mercado mundial e internamente los problemas generados por los problemas de distribución, motivados, en gran parte, por la falta de choferes para los camiones de transporte.
La situación con la pandemia tampoco es una cuestión sobre la que la responsabilidad cae totalmente sobre el añoso Biden, él no tiene culpa de que el covid mute de manera pertinaz y abyecta, ni de que sus llamados a la vacunación sean bombardeados por fanáticos anti-vacunas, libertarios irredentos, y gobernadores en tempranas campañas presidenciales, e incluso por la Corte Suprema.
El que no logre que su agenda electoral se materialice en acciones concretas, aún aquellas que cuentan con un considerable apoyo popular, es el resultado de la oposición a cualquier idea, propuesta, con que se enfrenta en el Congreso que no controla en la práctica, situación que empeorará sin remedio en un futuro muy cercano.
Las condiciones y características personales del presidente no son nada novedosas, su falta de carisma y su tendencia a los deslices, el olvido de un que otro nombre de un estadista, o incluso un correligionario, sus errores sistemáticos al manejar cifras y estadísticas son proverbiales y los años que tiene tampoco son realmente su culpa, cuando fue elegido esas peculiaridades eran bien conocidas.
Los problemas productivos y de transporte que son una consecuencia más del covid y de una muy controvertida y discutida actitud de la población laboral de meterle el cuerpo al trabajo, pero lo que si considero totalmente inaceptable, y no soy solo yo, es que no encuentre un queso crema, de mi marca preferida, cuando voy en su búsqueda al mercado; en Cuba, antes de la catástrofe, era un consumidor del ‘Nela’ ─uno entero y dos galleticas de soda era mi merienda habitual─ por acá soy un incondicional de una marca con el nombre de una conocida ciudad. Francamente para mí su carencia es totalmente inadmisible, lo mismo me pasó en Cuba.
[i] https://projects.fivethirtyeight.com/biden-approval-rating/
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