Había una vez un país en el que circulaban dos monedas: el peso y el dólar, y no había ningún problema ya que valían lo mismo, era igual que te diesen un billete con la cara de Washington que con la de Martí, y con la moneda fraccionaria ocurría lo mismo: un ‘real’ con Roosevelt era idéntico a uno con Martí, un ‘nickel’ con el búfalo o el indio era igual a uno con el número 5, y que decir de la ‘cuora’ yanqui y la peseta cubana, los centavitos si tenían una diferencia: los quilos prietos eran más importantes, con Lincoln que los que presentaban a Martí, para las religiones sincrética.
Pero llegó el fatídico 1959 y la orientación fue la de recoger toda la divisa, era una medida que nadie, o casi nadie, considero inadecuada, tenía sentido reforzar las reservas monetarias en divisas que según nos decían habían sido esquilmada por el régimen anterior.
Pero pocos años después aquel que poseyese un dólar podía ser inculpado, condenado y enviado a la cárcel, el dólar se convirtió en una moneda ilegal. Nada que preocuparse ya que con un dólar o con 20 nada se podía comprar. Pero las cosas se complicaron cuando por obra y gracia de la llegada de los anteriormente aborrecido miembros de la ‘comunidad’ empezó a verse nuevamente las olvidadas caras de los patriotas yanquis.
Se abrieron tiendas que vendían solamente en esa moneda en las que únicamente podían comprar los poseedores de dólares con un pasaporte, y en los que se vendían artículos muy codiciados y que no se veían desde hacía unos cuantos años. Por aquellos casi ingenuos tiempos el cambio, naturalmente en el mercado negro, era de alrededor de cuatro pesos por dólar.
Pero con el correr de unos pocos años la sabia decisión fue legalizar el dólar y este empezó a correr libremente y en las tiendas solo destinadas a turistas empezaron las colas para obtener esos preciados artículos que ahora mágicamente estaban disponible a precios inflados en dos o tres veces, pero disponibles.
Llegó un momento en el que se necesitaban, en el mercado negro, de 100 a 120 pesos cubanos para obtener un dólar, sin lugar a dudas que semejante cosa era inaceptable y entonces se produjo el genial invento que sobre bases ideológicas y no económicas, generó el CUC el llamado peso convertible, que no se puede convertir en ningún otro país del mundo que no sea Cuba.
Pero como las leyes, o principios, de la economía no pueden ser modificados por criterios ideológicos comenzaron los problemas que se quintuplicaron por las formas de cambios diferenciadas que se establecieron, veamos:
1 CUC = CUP [peso no convertible] | |
En la contabilidad del sistema empresarial estatal | 1 |
En los pagos de las empresas mixtas o extranjeras | 2 |
En los salarios en la zona especial del Mariel | 10 |
En las ventas agrícolas al sector turístico | 11 |
En las casas de cambio CADECA para la población en general | 24 |
Como se puede suponer esto no iba a generar nada bueno, para empezar si se reunifican las monedas ─cosa prometida en 2013 y nuevamente en este 2018─ las empresas estatales prácticamente subvencionadas por esta forma de cambio en extremo favorable tendrán que declarase en bancarrota, pero como esa figura económica y legal no existe en Cuba, simplemente tendrán que cerrar sus operaciones y los trabajadores irán a engrosar las filas de los jugadores de dominó y bebedores de ‘chispatren’ ya que las licencias para ‘cuentapropistas’ están muy, pero muy, limitadas.
Si ahora el caos económico es evidente, lo que ocurriría de unificarse las monedas sería de dimensiones apocalípticas con una explosión inflacionaria. ¿Cómo van a hacer la unificación, si es que la hacen? Mi imaginación no llega a tanto.
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