Realmente me sorprendió el interés despertado por el artículo “El final de una pesadilla”, pero pensándolo bien era lógico que así fuese ya que muchos, si no la mayoría de los que participan en este foro sufrieron en carne propia esta pesadilla.
La historia de este desastre comenzó mucho antes con el cierre de las escuelas Normales, y la Facultad de Pedagogía de la Universidad, la generación de sustitutos —que no sustituyeron a esos centros de cultura pedagógica— como los varios contingentes de Maestros Voluntarios formados en tres meses en distintos campamentos en la Sierra Maestra, bajo el auspicio de Jorge Manfugás Lavigne[1], viejo comunista que dirigía la Sección de Asistencia Técnica Material y Cultural al Campesinado del INRA; luego las Escuelas Formadoras de Maestros Anton Makarenko que comenzó también en la Sierra Maestra, en Minas del Frío, y luego continuó en Tarará, bajo la égida fascistoide de Elena Gil, también una vieja comunista que acabó enterrando lo que quedaba del bagaje de la cultura pedagógica cubana con más de un siglo de tradición[2], estableció métodos ajenos a nuestra idiosincrasia y formas compulsivas de tratar y ‘disciplinar’ a los que después serían maestros de primaria.
La formación de maestros y profesores casi se redujo a cero, mientras que la explosión demográfica generada por las esperanzas infundadas en el increíble desarrollo que tendría nuestra nación generó un crecimiento de las matrículas para los años 70 que nadie previó, lo cual es la norma en una ‘economía planificada’[3]. La solución fue ampliar el ‘experimento’ de la escuela al campo, que comenzó en 1967 bajo el precepto de la ‘vinculación del estudio y el trabajo’ con trabajo forzoso de los alumnos de la enseñanza media, inicialmente por 30 días y después por 45.
En lugar de incrementar la formación de maestros y profesores y crear escuelas urbanas para absorber el crecimiento de la matrícula, la genialidad del máximo líder generó la ‘forma superior’ de vinculación del estudio y el trabajo, en su buen entender, así surgieron las ESBEC e IPUEC.
Queremos dejar en claro algunos aspectos que aquí se discutieron. La primera ESBEC no fue Ceiba 1, fue una construida con un planteamiento arquitectónico algo distinto en Artemisa, si no me falla la memoria, sus resultados no fueron buenos desde el principio y a pesar de esto el gran dictador decidió construir otras en el Plan de Cítrico Ceiba.
Así surge Ceiba 1 bajo la dirección de Enrique Campos que buscando garantizar su éxito recopiló los mejores alumnos de escuelas secundarias en Bejucal, San Antonio de los Baños y Güira de Melena, así mismo logró convencer a profesores de alta calidad humana y pedagógica para integrar el claustro de esta primera escuela del Plan Ceiba.
La escuela fue exitosa y Campito generó una relación de trabajo muy estrecha con el tirano y su experiencia se transmitió con el apoyo del todo el aparato gubernamental y político al resto de las escuelas que se construyeron en el Plan Ceiba. Incluso cada vez que se inauguraba un nuevo centro Campito participaba activamente en la confección del claustro y como forma de continuar con experiencias positivas en estos nuevos centros trasladaba un pequeño grupo de alumnos del centro original que funcionaban como una especie de ‘missi dominici’, que conformaban el embrión de un sistema interno de espionaje entre los alumnos pero que también transmitían informes sobre el claustro y los consejos de dirección.
En general esas primeras escuelas recibieron alumnos élites, en gran parte hijos de mamá y papá, que hacían antesala ante los funcionarios que facilitaban esas becas, después de ser aprobadas por Jorge Hart, director de la provincia Habana, que a su vez recibía órdenes directas del Ministro de turno, el Gallego Fernández, quien se reservaba el derecho, incluso, de aprobar a los directores de las ESBEC y se negaba rotundamente a autorizar los traslados de alumnos a las escuelas urbanas aun siendo más que justificados; era la época dorada, de máxima centralización y apoyo gubernamental, pero duró poco, no podía durar mucho la utopía de las ‘nuevas escuelas’ cantada por Silvio Rodríguez, que se convirtieron en la distopía que ya analizamos
Estas primeras escuelas, con todo el apoyo que mencionamos, funcionaron casi perfectamente bien, claro —como yo decía por aquella época— necesitaban monjes y monjas como profesores y alumnos conversos o a punto de tomar los hábitos. Algunas además de los campos deportivos recibieron, a manera de premios del gran comandante, una piscina olímpica. Se construyeron algunos módulos habitacionales para los profesores que inicialmente se sintieron bendecidos, pero después la ocupación de eso apartamentos se convirtió en una maldición.
En esas escuelas y en otras construidas inicialmente en otra regiones de la después llamada provincia Habana-Campo los suministros alimenticios eran excelentes no faltaba la leche que era llevadas diariamente a esas escuelas en camiones tanques que llenaban los bidones de 40 litros con una manguera, y la leche se malgastaba y era finalmente arrojada a los tanques de basura junto con el resto de la comida desechada que los campesinos cercanos acopiaban para consumo de sus puercos, mejores nutridos que los niños de las ciudades.
Aunque parezca increíble, y es una evidencia de la irracionalidad del régimen, esas primeras escuelas recibían jamones, quesos de buena calidad, latas de jurel u otros pescados envasados en Japón, que eran dilapidados o malversados, o en muchas ocasiones dejado a que se echaran a perder para así justificar faltantes. Un ejemplo: la mantequilla se llenaba de moho en las cámaras de frío que en muchas ocasiones no funcionaban; los frijoles cogían gorgojo y así, eran decomisados y se cubrían los robos que se realizaban con total impunidad.
Además de todos los recursos que hemos mencionados aquí y en el artículo anterior cada una de estas primeras escuelas contaban con cuatro ómnibus tipo ‘Girón’, un camión, un microbús, un automóvil soviético y una amplia cuota de gasolina, para que hablar aquí del despilfarro que semejante descentralización, en una sociedad altamente centralizada, generaba y sobre como se usaban esos recursos.
Naturalmente esa bonanza no podía extenderse a los cientos de escuelas construidas en todo el país y de ello resultó un nuevo problema: la falta de profesores para cubrir los claustros de estas escuelas, era imposible convencer al personal docente de los centros urbanos, a pesar del ligero incremento salarial prometido. Así surge el nuevo bodrio, el Destacamento Pedagógico.
El mismo se constituyó con alumnos de 10mo grado que eran compulsados a aceptar el ‘honor’ de integrar la nueva clase magisterial cubana. Los militantes de la juventud comunista no tenían escape, o se integraban o perdían la militancia, lo cual influiría negativamente en su ingreso a otras carreras universitarias; el resto eran ‘convencidos’ mediante una fórmula simple: al integrarse al Destacamento garantizaban una carrera universitaria sin los riesgos de los exámenes de ingreso a la universidad.
Naturalmente fue la debacle, jóvenes que no tenían vocación, ni interés, por carreras pedagógicas fueron obligados a estudiarlas e impartir clases a otros jóvenes casi de su misma edad e intereses. No vamos a profundizar en las consecuencias de este nuevo engendro, pero fue algo devastador.
Todos estos ‘grandes logros’ producto de la ineficiencia e irracionalidad de un sistema caótico que ha funcionado por medio siglo a golpe de genialidades e improvisaciones han dejado como resultado a eso que llamamos la pequeña pesadilla dentro de la grande, la que ha hundido a nuestro país en la miseria, la falta de democracia y la desesperanza.
[1] Posteriormente se desempeñó como una especie de embajador ante los grupos terroristas palestinos.
[2] La pedagogía cubana se encontraba al frente del desarrollo mundial en este campo y los libros de textos de los pedagogos cubanos eran vendidos y consultados en toda Latinoamérica
[3] Es de suponer que el Censo de Población del 70 que en realidad se efectuó en 1971, como si fuese una competencia olímpica, debió haber encendido las alarmas.
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