Lo que el ‘viento’ se llevó

La Habana ha visto un renacer de los restaurantes privados, los llamados ‘paladares’ en general bastante alejados de las posibilidades de los bolsillos del habanero de a pie, pero antes del desastre en La Habana habían muchos más, aunque también alejados del bolsillo del habanero común de aquella ya lejana época. Según el Directorio Telefónico de 1958 existían más de 150 de esos restaurantes de primera línea del tipo del ‘Emperador’; ‘Monseigneur’; ‘Castillo de Jagua’; ‘Chez Merito’; El Carmelo’; ‘Potin’ y otros similares.

No aparecían en el Directorio Telefónico los otros cientos que no llegaban a ese nivel, y los muchos más que se conocían como fondas, las criollas y las de chino, y estas sí estaban al alcance de una buena parte de los bolsillos de los habaneros. En una fonda de barrio podías comerte una ‘completa’ que consistía en un plato hondo lleno de arroz, potaje y un pedazo [no muy grande] de carne por 5 o 10 ctvs. según el lugar. En La Habana no se carecía de lugares para matar el hambre, ajustado a las diferentes posibilidades económicas de los presuntos comensales.

Pero en La Habana existía otro tipo de lugares en que hacer una ‘comida rápida’ y no vamos a referirnos aquí a los puestos de fritas de lo cual ya hemos hablado, ni de las ostioneras, con sus ostiones, huevos de carey y otros productos marinos que eran reverenciados como afrodisiacos, e incluso ingeridos por estudiantes en época de exámenes como supuestos estimulantes del intelecto; nos queremos referir a ciertos lugares que por la calidad del producto que ofrecían eran considerados el ‘non plus ultra’ de ese producto en particular.

Por ejemplo para los sándwich y ‘medianoche’ el lugar considerado ‘lo máximo’ era el Bar OK que se encontraba en la esquina de Zanja y Belascoaín, la clientela hacia colas para adquirir la preciada exquisitez; en el refrigerador con vitrina hacia el público se podían apreciar los quesos suizos —producidos en Camagüey— y al fondo las piernas y jamones. Dos ‘luncheros’ trabajaban sin descanso para satisfacer la demanda de un manjar que no era nada barato: 50 ctvs. el sándwich y 35 ctvs. la ‘medianoche’. La alta solicitud garantizaba que la materia prima fuera fresca y ello estimulaba aún más la demanda.

Sin embargo para los sándwich de pavo era en el ‘Siglo XX’ donde se confeccionaba el mejor, esta dulcería y cafetería a pocas cuadras de Bar OK, en Belascoaín y Neptuno, era donde también se elaboraba el mejor ‘brazo gitano’ y unos excelentes ‘éclair’, que no sé por qué en Cuba le llamábamos ‘montecristos’. Pero si de dulce se trata no podemos olvidarnos de la dulcería ‘Lucerna’ creadores del ‘tatianoff’ que se encontraba en Neptuno, o de los ‘cake’ de la Gran Vía en Santos Suarez, y, por qué no, del panqué de Jamaica, a la entrada de esa pequeña población.

El pollo —que ahora Cuba tiene que importar de EE.UU.— era un producto que tenía un lugar muy especial en los años 40’ e inicios de los 50’, el ‘Pick in Chicken’, era un sitio muy especial, se encontraba en el punto en donde terminaba el muro del Malecón por esos años, en el inicio de la Avenida de los Presidente, a unos pocos pasos de los llamados balnearios ‘El progreso’ y ‘Las playas’ que no eran más que simples cortes en el arrecife y rellenos de arena. El lugar era un simple tráiler, unas cuantas mesas al aire libre, además servían directamente al auto donde ponían una especie de bandeja adosada a las ventanillas. Pero el pollo empanizado y frito era delicioso. Disfrutabas tu pollo recibiendo la brisa marina y además en una pantalla, que no era más que una sábana colgada, proyectaban películas cómicas silentes. El lugar tuvo que moverse a la calle 3ra. y G en el Vedado al iniciarse la ampliación del Malecón y perdió su encanto y popularidad.

A mediados de los 50’surgieron los ‘Caporales’, donde un tazón de caldo de pollo valía 5 ctvs., y un ‘cuarto de pollo’ frito 25 ctvs., pero para saborear los mejores pollos había que esperar a la Feria Ganadera que se efectuaba anualmente en Rancho Boyeros, en grandes pailas llenas de barboteante manteca de puerco se freían a la perfección los muslos con encuentro y las mitades de pechugas. Eran una especialidad que bien valía el viaje y de paso se hacía el recorrido por donde se mostraban las mejores razas de ganado vacuno y caballar, aves de corral, cerdos, conejos y otras especies antediluvianas.

Cerca de Boyeros, en Santiago de la Vegas, existían otro tres lugares que tenían especialidades muy reclamadas, uno era ‘La dominica’ y sus excelentes croquetas, el otro una cafetería del cual no recuerdo el nombre que estaba frente a la iglesia y en el que vendían un excelente dulce de coco que ofrecían en unos envases artesanales de barro y era tan bueno como el que me encontré, pero sin el envase de barro, en el pueblito de Auras al norte de Holguín. El puerco asado tenía dos estupendos lugares en la carretera rumbo al Cacahual: «El Rincón Criollo» y «La Tabernita»; y dato curioso el 7 de diciembre, que era fecha de luto por la caída en combate de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, los bejucaleños se iban en una especie de romería a los alrededores del monumento a los próceres y montaban unos tinglados y vendían también un excelente puerco asado, ellos le llamaban: ‘la fiesta del panteón’. El dueño de ‘La dominica’ siguió confeccionando por encargo en su casa las excelentes croquetas, y al morir se llevó la receta a la tumba.

También en las afueras de la capital, en Catalina de Güines, se podía saborear las archiconocidas butifarras del ‘Congo’, que originalmente se vendían en un deslustrado local a pocos metros de la Carretera Central, y que fue motivo para un conocido ‘son’ de Ignacio Piñeiro con su tema ‘Échale salsita’ que George Gershwin utilizó en su ‘Cuban Overture’.

La cafetería ‘El porvenir’ que se encontraba en el cuchillo que formaban las calles de Infanta y San Francisco a pocos pasos de Carlos III era famosa por su café con leche, y en invierno por el chocolate, tenía una clientela habitual que además se veía aumentada por los asistentes a la funeraria que le quedaba enfrente por la calle Infanta.

Muy cerca, en Carlos III, estaba la ‘Antigua chiquita’ por antonomasia era conocida como la casa de las empanadas. Sus apetitosas empanadas de chorizo no tenían competidor alguno y si uno decía: empanada, entonces se suponía que era de ese y no de otro lugar. Las papas rellenas tenían sus lugar preferencial en Guanabacoa, en ‘El faro’, sus papas rellenas eran insuperables y los amantes de esa delicia tenían que ir hasta la ‘Ciudad de Pepe Antonio’.

Para helados ‘La Josefita’ en la calle Ángeles a pocos metros de Reina, su helado de mantecado no tenía comparación alguna con los tan venerados del ‘Coppelia’. No olvido este lugar con sus mesas de mármol y sillas de madera curvada estilo Thonet; la copa de bruñido metal, los frágiles barquillos envueltos en papel encerado, era toda una exaltación al buen gusto. Sin embargo yo sentía una fuerte predilección por el ‘frozen’ de chocolate que servían en un modesto puesto de frutas de chinos en la calle Santos Suarez, casi esquina a 10 de Octubre, podías disfrutar tu helado mientras los múltiples aromas de mameyes, mangos, piñas, guayabas, canisteles, anones y cuanta fruta daba nuestro país, te embargaba los sentidos.

 

Acerca del autor

Waldo Acebo Meireles
(La Habana, 23 de noviembre de 1943 - Hialeah, 23 de abril de 2022). Profesor de Historia, recibió la Orden Félix Varela por sus aportes a la enseñanza de la Historia de Cuba al introducir en la misma la enseñanza de la Historia Local. Es autor del manual para los maestros y profesores de las vías de vinculación de las historias locales a la enseñanza de la historia nacional. Contribuyó a la redacción de los textos de Historia para la enseñanza media. Como asesor del Instituto de Geodesia y Cartografía redactó el Atlas de Historia Antigua y Medieval. Autor de la Historia del Municipio de Arroyo Naranjo. Presidió la Comisión de Historia de la Provincia Habana. Fungió como vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cuba. Como profesor invitado del Instituto Pedagógico para América Latina impartió cursos de post-grado y maestría. Hasta su fallecimiento trabajó en la investigación de la historia de Hialeah donde residió desde su llegada a los EE.UU.

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